viernes, 14 de febrero de 2014

Última de la última vez que te escribo.

Chocaron mis ganas de ser todo con tus ganas de ser nada. Y ya sabemos lo que ocurre cuando multiplicas algo por cero.
El problema será que nos dicen que no perdamos la esperanza, pero que nunca la vi llegar y quedarse. Y así quién no. Se nos agotó la esperanza, porque con lo que quedaba de nosotros ya no alcanzaba.
Que las cosas que se joden con ganas, se joden bonitas.
Se rompen en partes totalmente proporcionales a lo que duelen.
A lo que dueles.
Pero es que hay vicios que son magníficos, como susurra Leiva. Y tú eres eras ese tipo de vicio.
Que cuando intentas parar en seco sobre suelo mojado,
derrapas.
Que cuando intentas evitar los polos opuestos,
te atraen más.

Tú siempre me preguntabas en qué momento había empezado a quererte. Empecé a quererte exactamente cuando me llamaste para decir que me dejabas. De hecho fue en ese preciso momento cuando olvidé el amor que sentía antes, me olvidé de la ternura y del sexo, de tu lengua, me di cuenta de que lo que había sentido antes no era más que el simple reflejo de lo que era el amor.



"¿Cómo se puede querer tanto a alguien y no saber hacerlo feliz?"

¿Recuerdas esa pregunta? Fue la última que me hiciste. 





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