miércoles, 30 de abril de 2014

Noche de bohemia.

Si se juntan seis personas,                                                       
quince cervezas y un folio en blanco,                                        


explotan muchas cosas por dentro y por fuera.
No sé lo que somos, pero estamos en perfecta sintonía.  
Hipersensibles, melancólicos en corazones de piedra.
Guitarra. 
Risas compartidas.
Qué choque de tinta y papel.
Qué escalofríos. ¡Qué bonito eres, mundo!                                              
                                                           





                                                                  
































Mira qué bonita nuestra noche de bohemia.
Y pregunto, ¿por qué la cerveza empezó a saber tan dulce?
Quizás la respuesta sea porque valió la alegría y no la pena.
Sois poesía.
¡Volveremos!









Provocaba el fin de los principios de cualquiera.

Una típica de labios rojos, 
melena anárquica,
con unos ojos marrones que te podían ahogar.


De las que parece que al entrar al bar hay una flecha de neón en su cabeza que pone "ésta".
Y después te caes rendido ante minifaldas de cuero.
Sus trenes duraban una noche. Hacían el amor, el desayuno, y a veces la cama.
Todos pasaban por Madrid, con un par de cigarrillos, en bares parecidos.
Tenían un canon establecido.
Un día me explicó que existían amaneceres con música propia. Que había sonrisas que ordenaban desastres. Y algunas carcajadas provocaban catástrofes.
Dormía en trenes porque decía: -Los amaneceres son más bonitos si los miras en distinta perspectiva.
Ahora decidme, sino os creéis que todavía las hay que duermen en trenes por ver cada día un amanecer distinto.